Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

martes, 19 de enero de 2016

Tallarines

Borracho estaba. La última copa de vino que me tomé cuando acabé el plato de tallarines hizo todo el efecto que las cuatro anteriores no habían logrado.

Me levanté de la mesa como pude e hice un monólogo en el restaurante del cual sólo me acuerdo de que afirmaba que Pluto, de Wast Disney, era el mejor actor secundario que jamás había visto. Pobre recuerdo el que me quedó de aquella velada.

Sí que recuerdo que salí del local, aunque no se si fue por mis propios pasos o con la ayuda de algún diligente camarero temeroso de que mi plática etílica indigestara la comida del resto de los comensales.

El exterior parecía Siberia. Un frío atroz que hizo encogerme, pero que fue, a la vez, remedio eficaz para darme cuenta de mi situación y estado.

Lentos pasos fui dando, mirando mis pies, viendo las huellas dejadas por las suelas de mis zapatos en un suelo impregnado de humedad nocturna.

Entré en un solitario bar, donde su solitario dueño miraba una solitaria televisión donde se podía ver algún programa de tele para solitarios noctámbulos. Le pedí un café con la idea de que fuera un eficaz antídoto contra el frío y la borrachera. Me miró desganado y calculó los beneficios y perdidas que le ocasionaría el servirme el café o el echarme a la calle. La caja estaría bastante vacía ya que al final me lo sirvió.

Me lo tomé a sorbos, sin azúcar, sin conversación por parte del dueño que me miraba.

La tele atronaba. Un vidente respondía a preguntas estúpidas de personas que seguramente sería, también, estúpidas. Miré la tele. El dueño seguía mirándome. Con seguridad yo también sería una de esas personas estúpidas y, además, me tenía en directo.

Le pregunté donde estaba el lavabo y con un gesto de la cabeza me indicó un lugar alejado de la luz. Un punto oscuro a donde me dirigí. Al entrar dentro un intenso olor a meados terminó de revolver mis tripas y vacié toda la cena en el interior del váter.

Los tallarines flotaban en el agua. Como los presos en una minúscula celda, daban vueltas mientras el agua que salía de la cisterna se los iba llevando.

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