Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

jueves, 17 de julio de 2014

El valle de Trencal

La caminata acaba en lo alto de la ermita del Tizor. Pequeño edificio rodeado de un diminuto prado, con una fuente donde suele caer un escaso chorro de agua y lo mejor de todo, unas vistas soberbias del valle del Trencal. Desde su pequeño mirador la vista abarca todos los pueblos esparcidos por ese pequeño trozo de paraíso.

Podemos divisar Arju, el primer pueblo del valle, con su impresionante ruinas del castillo que en tiempos remotos fue frontera entre baronías vecinas pero rivales. Remontando el curso del río nos encontramos con las casas dispersas de Savir, donde en las fiestas de la comarca se hace siempre las grandes celebraciones. Siguiendo la carretera, que en esta vista de pájaro parece una bonita vereda, medio escondida por el arbolado, aparece Esdero. Este es la villa mayor del valle. Lugar donde tendremos que ir si queremos encontrar una farmacia o comprar un diario. Esdero es un lugar plácido, donde en verano se llena de veraneantes y el pequeño bulevar que acompaña al río a su paso por el pueblo será el punto ideal para refrescarse en su espesa alameda y tomar el matafríos, bebida típica de esta zona que en verano se toma con agua muy fría para rebajar los grados de alcohol que tiene. Esdero tiene un airoso campanario con un sencillo carillón que llena de melodía, todo el entorno, los domingos por la mañana. Y por fin, el último pueblo que verás será Racia.

Si toda esta visión del valle te ha parecido inconmensurable, esto no habrá sido nada cuando al fijar la vista en Racia se te corte la respiración cuando vea el majestuoso cerrar del valle con las altas montañas, esbeltas, elegantes, desafiantes, con el que el valle parece querer alzarse al cielo.

De Racia es de donde vendrás, siguiendo la pequeña senda, pero muy bien marcada, que te conducirá a la ermita de Tizor.

Como ya he dicho antes, este pequeño trozo de mundo se debe de asemejar en mucho a lo que fue el jardín del Edén. En todos los aspecto, incluso en el hecho luctuoso, similar a la expulsión del paraíso, que os quiero narrar.

Para eso os he hecho llegar hasta la ermita.

En las fiestas patronales, una concurrida romería acude a este privilegiado lugar. Viene gente de todas las partes. El olor a hogueras y carne a la brasa es embriagador y una pequeña orquesta, formada por músicos del valle, ameniza con música muy populares a todos los allí presentes. El matafríos es la bebida por excelencia y se suele rebajar con el agua que cae de la fuente. Su chorro es escaso, ya os lo he comentado, y es habitual que se formen largas colas esperando bautizar la bebida. La tradición dice que de la fuente, ese día, brota el agua con efectos mágicos y que podrás beber todo el matafríos que quieras sin que te veas afectado por los efectos nocivos de una borrachera.

Al llegar el ocaso la gente empieza el descenso al valle. Normalmente todos bajan al paso de la orquesta y la diversión y la fiesta no acaba hasta que se entra en las primeras casas de Racia. Allí la orquesta toca 'Cálida velada', pasodoble compuesto por Juan Pérez, hijo ilustre del valle y compositor musical. Y al acabar la pieza un gran suspiro sale de todas las gargantas y se da por acabado el día de romería.

Esto ha sido así siempre excepto un año.

Fue un año excepcional. El agua de la fuente brotaba con un caudal inusitado de lo abundante que era. El matafríos se agotó tal era la cantidad que se llegó a consumir, ya que las pausas habituales para rebajarlo con el agua eran muy escasas y la gente bebía constantemente. Mediada la tarde surgió las primeras peleas. El alcohol nublaba las mentes de muchos. El caos se adueñó de aquel pequeño espacio atestado de gente.

Nadie sabe porque pasó, porque sucedió, cual fue el motivo. Sólo se sabe que de pronto alguien gritó. En un principio no fue cosa que llamará la atención. El bullicio era enorme. Luego se sucedió otro grito y otro y otro. Los músicos pararon de tocar y un grupo de vecinos se aproximaron al lugar de donde provenía esos gritos. Daniel Ramón estaba de pie, con las manos ensangrentadas, y a su lado, caído, se encontraba Alejo Primo. Estaba muerto.

Eran amigos desde muy pequeños. Se querían como hermanos, pero algo pasó por la mente de ellos que trastocó su amor en odio. La gente rumoreó que era la bebida, que el agua de la fuente no había hecho su efecto neutralizante. Lo cierto es que el paraíso no existe.

No obstante no dejes de visitar el valle del Trencal, será lo más parecido al paraíso que jamás veas.

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