Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

jueves, 23 de enero de 2014

Miguel el matón


Dejó los palillos chinos sobre el plato, con los restos del pato mandarín que se había comido, mientras le pedía al camarero un café para terminar la cena. Miguel era matón. No era la profesión con la que estaba dado de alta en la seguridad social, allí simplemente constaba como autónomo. Miguel no era matón por oficio, lo era por su gran afición a la novela negra, de la que era un devorador de historias insaciable. El día que decidió emular a alguno de sus personajes novelados se miró una revista de productos de venta por correo y se pidió un revolver de fogueo, a imitación de uno real sólo apreciable la diferencia por un especialista, decía la revista, o un niño, pensó Miguel cuando lo recibió. Para conseguirse unas esposas, Miguel recurrió al disfraz, entrando así de lleno, por primera vez, en su personaje, y fue a una tienda de productos eróticos. Junto con las esposas salió con un espectacular consolador que le podía hacer las funciones de porra. También llevaba una pomada lubricante que el vendedor de la tienda le había regalo mientras le deseaba un buen día, guiñándole el ojo. Miguel vivía, hacía ya unos meses, esa doble vida. De lunes a viernes y de nueve de la mañana a siete de la tarde, algunos día incluso más tarde, y también algunos sábados por la mañana, se dedicaba a su oficio de autónomo, el resto del tiempo se enfundaba en su disfraz y salía a la calle en plan perdonavidas. Eran dos vidas distintas que sólo tenían en común el piso donde vivía y donde hacía las transformaciones de uno a otro. Un poco estresado por estos continuos cambios en ocasiones se había dado el caso de amenazar a alguna víctima, con la que había quedado a través de una página web especializada en este tipo de juegos de rol, 'el cernícalo chiprés', habían intentado poner 'el halcón maltés', pero tenía copyright, pues eso, en sus estrés, en ocasiones quedaba, pero se olvidaba si era para hacerle un presupuesto o pegarle una paliza, así que no tenía otra que amenazar a la víctima llevando en una mano el tremendo consolador y en la otra la pluma estilográfica. Miguel no sabría decir cual de las dos cosas daba más miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario