Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

viernes, 24 de enero de 2014

El fotógrafo de feria

El fotógrafo de feria tenía varios recortables en donde la gente asomaba la cabeza y el le sacaba una foto de extraterrestre, de jorobado. Toda la vida se había dedicado a ir de pueblo en pueblo, de feria en feria, haciendo fotos a quién quisiera de los más variados personajes que pudiera haber, pero eso era antes, cuando era joven y era capaz de imaginarse cualquier cosa graciosa, grotesca o famosa y recortarla a tamaño natural, dejando un hueco o un espacio para que allí pudiera sacar o reposar la cabeza y entre risas de los amigos o familiares, eso era lo que más le gustaba de su trabajo, sacarle una foto que seguramente, durante algún tiempo, enseñarían en reuniones familiares, luego la olvidarían, pero es que nos olvidamos de tantísimas cosas en la vida, pensaba Paco, nuestro fotógrafo. La edad le vencía, le temblaba el pulso cada vez más. 'Parezco de gelatina' comentaba un día, en un rato de descanso, a su amigo el de las nubes de golosina. Ambos habían coincidido en su primera feria hacía ya... mejor no recordarlo. Se ponían feos con las carantoñas que hacían para no llorar y les moqueaba la nariz. Un día, el de su cumpleaños, Pepe le regaló, como siempre, una gran nube de caramelo y cuando Paco le iba a sacar la foto, con la que celebraban ese día, Pepe le dijo que mejor probara con esta otra cámara. Envuelta en papel de colores y con un grandísimo lazo verde, Pepe le regalo una cámara digital. 'Tiene estabilizador de imagen' le dijo y además, con este portátil, que venía de regalo con la cámara, podrás retocar las fotos para que no se note los temblores. Paco calló, se hizo un silencio largo. Si el exceso de edad se pudiese eliminar, Paco, ahora, tendría 25 años. Los mismo que tenía cuando una madrugada de verano se unió a los feriantes que dejaban su pueblo, dormido después de las fiestas, e iniciaba esa nueva vida. Paco quiso decirle algo a Pepe, pero no podía vocalizar, una sucesión de estornudos le impedía hablar. Pepe le había puesto pimienta en la nube. Sabía que si hablaba, ambos acabarían llorando como chiquillos.

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